Sequías, mercados inestables o mercaderes del odio, nada los aparta de su día a día junto a la tierra.
Aunque no lo parezca, el productor agropecuario -chico, mediano o grande- es un ser esencialmente optimista. Y lo es aún sin manejar una serie de factores de los que depende tener una buena producción o conformarse con lo que Natura se digne a darle.
Y sino Ud. no lo cree, consideremos esto:
El productor espera lluvia. Si es poca, los cultivos se resienten. Y si es mucha, también. Una lluvia mansa en periodos apropiados para una planta en crecimiento es algo tan raro como ganarse la lotería. A veces, solo a veces, sacan el premio mayor.
El productor espera lluvia. Pero puede caerle granizo, o un viento huracanado que convierta en cobertura vegetal cultivos de los que esperaba sacar la ganancia con la que pagar al banco, al representante de maquinarias o de insumos.
El productor espera lluvia. Pero hoy El Niño y mañana La Niña se encargan de descargarle diluvios enteros o, como ocurre en estos días, una sucesión interminable de semanas secas y calientes. Nada provoca más incertidumbre y ansiedad que el clima cambiante que desconcierta y hace imposible planificar nada.
El productor, chico, pequeño o grande repetimos, tiene unas parcelas de soja en buen desarrollo. Pudo librarse de la oruga cortadora pero por ahí le salió al paso el picudo de la soja. Y lo que amaneció como una alfombra verde puede anochecer convertida en un campo de restos resecos. Si tiene maíz, la cigarrita amenaza arruinarle hectáreas enteras y si cultiva trigo, la roya o la mancha amarilla puede causarle grandes dolores de cabeza si descuidó alguna fase de prevención.
El productor espera un buen precio por lo que cultiva. Pero nada hay más cambiante que el mercado de commodities. La guerra de precios entre gigantes como EE.UU. y China puede dar paso a un sube y baja que marea a cualquiera. A comienzos de año la soja a US$ 500, pero dos meses después cae a US$ 380 y más adelante trepa de nuevo a US$ 450. Ni los más expertos operadores de bolsa pueden manejar semejante calesita. Por eso, todos, industriales, acopiadores, exportadores e importadores juegan a prevenir pérdidas. ¿Cómo? Muchas veces reteniendo precios, casi siempre con el productor como el ultimo eslabón que recibe el golpe. Pero así son los mercados y el productor lo sabe.
El productor espera que el dólar no se encabrite. Si sube mucho, sacará un mejor precio por su producto pero también pagará más caros insumos y maquinarias. Si baja mucho, su margen de ganancia se achica y lo obligará a retener inversión y esperar mejores condiciones. Eso, también el productor lo sabe. Como con la lluvia, cualquier exceso o falta provoca pérdidas. Por eso el productor espera un dólar estable, sin oscilaciones, que le permita planificar con calma y con tiempo suficiente.
Y por sobre todo
El productor espera que haya paz y seguridad en el campo para trabajar. Pero a muchos, esto también se les niega. Allí donde hay mas inversión, más producción y en donde la tierra, por imperio de quienes la trabajan a conciencia y con perseverancia, adquiere su mayor valor, allí es donde hacen nido los depredadores. Unos tienen rango de senadores, otros de dirigentes sociales y, como tropa de choque, los invasores profesionales abastecidos con carpas, provista, logística y movilización para hostigar a quienes han trabajado una tierra olvidada para convertirla en un emporio de riqueza.
El productor, pequeño, mediano o grande, nunca espera ser víctima del resentimiento, la ignorancia malévola y las operaciones ideológicas impulsadas por los mercaderes del atraso. No tienen tiempo para eso. Y se descuidan. Es entonces cuando aparecen los políticos que son como una enfermedad oportunista, porque jamás dieron una respuesta eficiente a los reclamos campesinos. En cambio, hacen lo imposible para cerrarle el paso a los que decidieron abandonar la protesta inconducente para entrar al mundo de la producción tecnificada en sus pequeñas parcelas.
¿Y aún así, salen a trabajar cada día?
Lo hacen porque es su manera de entender la vida, como la entienden también millones de personas de toda actividad humana basada en el trabajo, el merito, la perseverancia y el proyecto de vida.
Ni la falta o exceso de lluvia, ni el granizo, ni las plagas, los tornados o la sequía, ni el dólar caro o barato, o los mercados que hoy suben y mañana bajan, nada de eso impide que el productor, chico, mediano o grande, salga a trabajar cada día con la esperanza de lograr una buena cosecha. Ni siquiera lo logran los heraldos de la miseria y el atraso que, con cartel de legisladores o de “luchadores sociales”, prometen lo que nunca cumplieron y fomentan el resentimiento hacia quienes logran progresar con trabajo y dedicación.
Ojalá 2022 sea un año más propicio, con menos convulsión social y con mas comprensión del país hacia su labor que no cesa ninguno de los 365 dias del año.