La ley de suspensión del canon sobre semillas con biotecnología atenta contra la libre contratación de actores privados.
Por Cristian Nielsen – Editor
Los diputados, una vez más, legislaron fuera del tarro. Avanzaron con la ley de suspensión (¿eliminación?) del canon vigente sobre semillas de soja genéticamente modificadas, un pago establecido de común acuerdo -en el dominio estrictamente privado- por productores agrícolas y obtentores vegetales, empresas de biotecnología que trabajan desde hace años en el desarrollo de nuevas variedades de soja que garantizan altos niveles de rendimiento.
El canon está contenido en un contrato que empresas y productores firman por libre voluntad y que asegura una corriente de financiación de las nuevas variedades que permiten sostener e incrementar cada temporada determinadas características de las semillas a ser utilizadas.
Así se ha logrado no sólo mejores rendimientos por hectárea sino además resistencia a enfermedades y capacidad de aguantar periodos de altas temperaturas y escasez de humedad.
DESEQUILIBRIO – Con la ley que tuvo media sanción del Congreso, los diputados se han entrometido en un acuerdo estrictamente privado introduciendo un factor de disturbio, por lo siguiente:
- Por un lado están los productores formales y comprometidos con un campo eficiente, rentable y sostenible (abrumadora mayoría) que entienden que sin inversión no hay biotecnología y que seguirán honrando el pago acordado.
- Y por el otro, acechan los “vivillos” que buscan eludir obligaciones y responsabilidades y que serán los beneficiados con esta legislación, en caso de que sea aprobada también en el senado.
Esto significa que los diputados han legislado únicamente para beneficiar a los piratas y parásitos que viven de lo que otros aportan.
MITOLOGIA – Aquello de que la soja es un monocultivo que expulsa agricultores ha pasado a la categoría de mito que no tiene el menor sustento.
Los diputados debieran entender que la cadena de valor de la soja es compleja y con un enorme conjunto de actores.
La producción ha dejado de ser materia exclusiva de grandes establecimientos para ir incorporando en forma creciente a pequeños productores. En la temporada 19-20, el 23% de los establecimientos que cultivaron soja tenían menos de 20 hectáreas, trabajados por productores que han incorporado la siembra directa, la rotación de cultivos y los abonos verdes como parte de las buenas prácticas agrícolas. Y por supuesto, la biotecnología, el factor que hace la diferencia a la hora de lograr mejores rindes, más resistencia a las enfermedades y buena sobrevivencia a los ciclos de sequía y altas temperaturas. Todos, grandes, medianos y pequeños han comprendido que sin inversión no hay agricultura rentable y sostenible.
Estos productores abandonaron la agricultura de subsistencia para incorporarse al agronegocio. Una forma eficiente y palpable de dejar atrás la pobreza.