Negar el agua por cultivar soja es un acto criminal.
Por Cristian Nielsen – Editor
La imbecilidad tiene muchos matices. Esa imbecilidad llega al paroxismo cuando se une a otra triste condición humana, el fanatismo.
Un fanático es alguien que se niega a cambiar de opinión y también a cambiar de tema.
Un imbécil es una especie de ente por completo desprovisto de lo necesario para responder a estímulos externos, es decir, procesar con algún éxito la información más básica en la relación humana de cada día.
En manos de este tipo de “personas” está la denominada Comisión de Agua Potable de colonia San Antonio, departamento de San Pedro, encargada de distribuir agua a los vecinos. Uno de estos vecinos es Cesar Arzamendia, agricultor, que un buen día decidió cultivar soja en su pequeña finca.
Por ese “delito”, la comisión de agua, erigida en órgano punitivo, le cortó el suministro de agua a Arzamendia y también a otros cuatro vecinos que acudieron en su auxilio.
Decir que semejante acto es una arbitrariedad sería otorgarle una categoría que no tiene. Es puro y simple cavernarismo, una actitud rayana en la bestialidad más absoluta. El acto de negar el agua a cinco familias completas debe ser considerado un atentado contra la vida y la dignidad de las personas.
Alguien les metió en la cabeza a estos aguateros que la soja es dañina, envenena el ambiente, expulsa a campesinos y enriquece a unos pocos. Habrán tenido que trabajar duro los heraldos de la anti-soja para clavar estas ideas en el cerebro esclerótico de los aguateros catalinenses, que a partir de allí repitieron el credo como idiotas. Lo malo es que son idiotas al mando de la canilla de agua. Y respondieron como en el experimento de Pavlov: soja-corta-agua. Ni siquiera una orden judicial, recurso de amparo mediante, ha logrado que a Arzamendia y amigos les devuelvan el agua por la que, además, ya pagaron. Habiendo incurrido en desacato, estos habitantes del jurásico debieran ser metidos en la cárcel.
Enclaves de fanatismo imbécil como el de los aguateros de Santa Catalina atrasan décadas proque recitan una cartilla “revolucionaria” hueca, que no conduce a nada.
No muy lejos de allí, en Yhú, un productor a quien le quemaron maquinaria agrícola por dedicarse a la soja está hoy más fuerte que nunca, progresando no sólo él y su familia sino el universo de pequeños agricultores que siguieron el ejemplo de Rubén Fariña.
En un acto en Colonia Barbero, el ministro de Agricultura Rodolfo Friedmann resaltó que pequeños productores con fincas de menos de 20 hectáreas llegarían a cubrir este año casi un millón de hectáreas con soja, maíz y los demás rubros de la cadena de la oleaginosa, con rendimientos promedio de 3.500 kilos por hectárea e ingresos de entre 3 y 5 millones por hectárea.
Este nuevo mundo productivo es el que atacan los fanáticos imbéciles sumidos en la oscuridad del medioevo de la cual se niegan a salir.
Felizmente, son cada vez menos. Sólo hay que dejar actuar a la naturaleza.