El productor había advertido: «Sale el impuesto y piso la soja». Y lo hizo. Destruyó un sojal en pleno desarrollo. Ocurrió en Argentina.
Esto ocurrió en plena zona núcleo de la producción agrícola argentina.
Cuando el gobierno Fernández&Fernández anunció que aumentaría las retenciones a la soja, el maíz, el trigo y la carne, un productor mostró un video en el que hacía marchar un «rolocuchillo», un implemento agrícola utilizado para aplastar contra el suelo el rastrojo del ultimo cultivo a fin de usarlo como cobertura y sobre él sembrar la siguiente temporada. «Si sale la ley, aplasto la soja«.
Como el anuncio se cumplió, el productor a su vez cumplió su promesa: esta vez, pasando una rastra de discos a una parcela de 100 hectáreas de soja en pleno desarrollo. «No hay más plata para el Gobierno. Se acabó. Prefiero pisar la soja«.
La postura suena desesperada. Muchos la considerarían una exageración, casi un suicidio. Arrasar un campo en el que se ha invertido mucho dinero, trabajo y, sobre todo, esperanzas, equivale a final del camino, a que más allá ya no hay nada.
Y es que así se sienten miles de productores argentinos tras la aprobación de la denominada «ley de emergencia económica» que impone una tasa de retención de 33% a la soja, 15% al trigo y al maíz y 9% a la carne vacuna. Esta dentellada al valor FOB de los principales renglones del agro argentino es una rémora de comienzos de siglo, cuando salida de la crisis del 2001, Argentina comenzó a enderezarse con el viento a favor de la soja a US$ 500 la tonelada. Aún con semejante gabela sobre el precio en bruto, a los productores les quedaba resto para continuar.
Pero hoy, con la soja a US$ 330 y un Estado más gastador que nunca, la ecuación no cierra. Luego están los imponderables: sequías, excesos hidricos, plagas, huelgas y cierres de caminos y los tironeos de las grandes industrias transformadoras que trasladan al productor lo que no pueden trasladar a precios. Es natural que para el productor, a quien apenas le alcanza el tiempo calendario para redondear una temporada de trabajo, tener que ocuparse de semejante abanico de amenazas puede desestabilizarlo.
Y llevarlo a destruir, por ejemplo, lo más preciado de su patrimonio material, su cosecha.
¿Se le puede reprochar?