Si se lo deja, puede incendiar el país.
Los extremos a los que está llegando el senador Paraguayo Cubas son la consagración del ridículo como método de “hacer política”.
Ridículo, sí, pero también peligroso. Cada salida a escena significa una muesca más en su ya dilatada carrera de agresiones. Además de la humillación infligida a dos oficiales de policía a los que sopapeó como si fueran vagabundos, profirió a voz en cuello ante un camión de rollizos que ese cargamento era producto de “los bandidos e invasores brasileños, ahora deforestando el país…”. Y luego agregó: “Hay que matar acá por lo menos a 100.000 brasileños… ¿Saben ustedes cuantos brasileños hay en el país? Dos millones…”.
En el atropello a una comisaría contó con la complaciente aprobación de una horda de vándalos que lo aplaudían como si fuera un rock star.
Agresión física, amenazas de muerte, daño a la propiedad del Estado e insultos a la fuerza de seguridad, todos delitos de acción penal pública sobre los cuales, finalmente, va a accionar el Ministerio del Interior.
El senador Cubas es peligroso porque con sus desplantes desaforados y barbáricos puede llegar a despertar lo peor de grupos agavillados que sólo necesitan un detonante para lanzarse a la calle y atropellarlo todo, tal como está ocurriendo en la otrora pacífica Chile, cuyas ciudades no descansan del fuego y la destrucción desde que grupos de delincuentes, mimetizados en manifestaciones legítimas, aprovechan el tumulto para sus negros fines.
¿Queremos eso en el Paraguay? ¿Queremos otro Santiago incendiado, otro Quito paralizado, otra La Paz tomada por la violencia? Solo falta que un energúmeno con fueros parlamentarios acaudille a otros tantos congéneres que nada tengan que perder.
Y el caos se instalará también aquí.
Solo basta que nadie pare a este frenético suelto.