Nada más desesperanzador que el discurso de la eterna refundación.
Por Cristian Nielsen
Y no me estoy refiriendo sólo a honras, nombres y prestigios masacrados sin piedad durante el tiempo preelectoral durante el cual todo vale si sirve para sumar votos. Más bien quiero hablar de un subproducto que casi siempre pasa desapercibido: la desesperanza. Y voy a tomar como punto de referencia lo más cercano e inmediato que tenemos, la campaña electoral argentina, país en el que dicho sea de paso viven centenares de miles de compatriotas.
Desde que Mauricio Macri asumió el Gobierno a fines de 2015, el discurso oficial daba cuenta de la destrucción generalizada dejada por su antecesora, Cristina Kirchner. Se fueron acumulando los cargos: desactivación del aparato productivo, robo escandaloso del dinero público, maniobras dolosas con las reservas del Banco Central, atraso en infraestructura, envejecimiento de las redes de servicios públicos como energía eléctrica, gas, transporte y drenaje de aguas. Macri se pasó toda su gestión hablando de lo que estaba haciendo al poner en marcha el sector agrario, dar impulso a las energías renovables, encarar nuevas carreteras y sincerar las tarifas de los servicios para que nunca más falten agua, luz y gas para el hogar.
Claro que desde hace algunos meses, lanzada la campaña electoral con vistas a los comicios del 27 de octubre, se empezó a escuchar al candidato del kirchnerismo hacer promesas de reconstruir todo lo destruido durante el macrismo, de ir al rescate del dinero de la deuda entregado por Macri a sus socios empresarios, a poner en marcha la economía fundida por una política oficial desastrosa y, literalmente, empezar de nuevo para “poner a la Argentina de pie”. Punto por punto, el candidato kirchnerista fue oponiendo a cada logro propalado por Macri un calificativo directo: mentiras, desastre total.
¿Hay algo más desesperanzador que este discurso? Un político gobierna cuatro años y cuando se va, el que está llegando dice que todo lo que se hizo hasta ese momento no sirve, para encarar otro gobierno de cuatro años cuyos resultados serán automáticamente invalidados por el que le siga en el poder, salvo que sea del palo en cuyo caso todo estará bien… hasta que el siguiente cambio de signo todo vuelva a ser rechazado.
En el medio está el ciudadano, que es quien en realidad empuja, trabaja, produce, genera y construye un país. Ese ciudadano tiene que escuchar una y otra vez, cada cambio de guardia en el poder, que todo es inútil, que han estado perdiendo el tiempo, que todo está en ruinas y que hay que empezar de nuevo.
Nada peor que la desesperanza infinita, fogoneada por cada discurso refundacional que no lleva a ninguna parte. No es de extrañar, entonces, que el ciudadano esté desencantado con la democracia, aunque en realidad, de lo que está es harto de tanto político charlatán, inútil y codicioso.