“Yo sé lo que es el tiempo, pero si tuviera que explicárselo a otro, no sabía cómo hacerlo» (San Agustín).
Publicado en jueves 19 de setiembre de 2019
La sacra perplejidad de San Agustín sirve para abordar un conflicto propio de estos días: la diferencia entre el tiempo del político y el de los demás, por ejemplo, del agricultor.
Porque no todos medimos el tiempo con el mismo patrón.
Al político puesto en modo burócrata le importa muy poco si el asunto se resuelve hoy, pasado mañana o el año que viene. Como sea, él va a seguir cobrando su sueldo, sus gastos de representación, sus viáticos y sus bonos… siempre y cuando siga en el cargo.
Al agricultor lo gobiernan las urgencias: 90 días para cosechar el maíz, 150 la soja y 180 el trigo. Sembrar antes de la “ventana de oportunidad” es un riesgo y después, fracaso clavado. Mientras, a su alrededor se mueve una constelación de variables: clima, precios, plagas, mercados, merodeadores… y políticos. Cuando un productor dice “no tenemos tiempo para perderlo en cosas secundarias” está diciendo que si aparta la vista demasiado tiempo de su finca, el suelo le pasará factura. Una forma de perder el tiempo sería enfrascarse con el poder en una discusión interminable sobre si este o aquel ministro va a gestionar bien o no. “Conque cause el menor daño posible nos alcanza” sentenciaba un productor paranaense.
Es difícil encontrar, después de Hernando Bertoni (1968-1990), un ministro de Agricultura que haya dejado algún rastro salvable de gestión. Entre 1991 y la actualidad, la cartera fue convertida en una sentina de operadores políticos en la que se insumen todos los recursos destinados a impulsar el desarrollo agropecuario.
El agro, en ese tiempo, se tecnificó, decuplicando sus índices de producción y productividad.
Algo, en esta ecuación, no cierra. Sería bueno saber qué es.