¿Qué demonios significará esa frase?
Por Cristian Nielsen
Cuando construyeron el barrio San Francisco, en Zeballos Cue, la idea era reubicar allí a familias desplazadas por el río Paraguay. Eran unas 1.000 viviendas dotadas de servicios básicos e infraestructura urbana. Cuando lo inauguraron, las fotos oficiales rebosaban de caras felices y testimonios de agradecimiento de los flamantes propietarios. Hace dos semanas se supo que muchos de esos departamentos –dos piezas, baño y cocina y áreas comunitarias- estaban en venta. Sus anteriores felices propietarios querían cash, no una casa. “Las familias que venden sus viviendas cometen un delito y las personas que las adquieran están comprando un fraude” advertía el ministerio de la Vivienda.
¿Por qué, entonces, lo hacen?
FIN DEL «PUCHERODUCTO» — La explicación es sencilla: el “ex damnificado”, ahora orgulloso propietario de un departamentito, cayó en la cuenta de que el “pucheroducto” de los políticos se le había cortado. “Ya tenés para tu casa” le habrían dicho sus tutores. Pero así no se asegura un voto. Sí, la casa está, pero el voto se confirma con efectivo regular durante la campaña y, sobre todo, el día de elecciones. Así que, “para qué quiero una casa si el efectivo no aparece” sería la conclusión. Con lo cual, el orgullo de la casa propia pasa a segundo plano.
¿Vergonzoso, humillante? Si, tal vez. Pero en eso están convirtiendo a algunos sectores sociales los políticos-basura, que explotan las humanas debilidades y manejan voluntades para beneficio de sus bolsillos sin fondo.
¿Somos una excepción, los paraguayos, en esta triste faceta de la condición humana?
En absoluto.
¿QUIEN PIDIO CASAS? — En Buenos Aires existe la llamada Villa 31, una villa miseria sobre la cual el Gobierno de la Ciudad, que lleva adelante el macrista Rodríguez Larreta, volcó en tres años más de US$ 90 millones en nuevas viviendas, cloacas, agua potable, escuelas modelo y un centro comunitario. Tanto impresionó ese esfuerzo a los “villeros” que Macri perdió por paliza (63% para el kirchnerismo y 17% para Macri).
Algo parecido le ocurrió a la Gobernadora de la provincia de Buenos Aires. La lista de obras que María Eugenia Vidal lleva adelante es interminable: drenaje de aguas pluviales, cloacas, pavimento. US$ 600 millones invertidos desde 2016… En las internas pasadas, el kirchnerismo aventajó a Vidal, del riñón de Macri, por una diferencia del 19%.
A la vista de estos ejemplos, locales y foráneos, cabe preguntarse:
¿Qué entiende mucha gente por “gobernar para beneficio de la gente”?
En la Argentina está claro. Significa pisar el valor del dólar, mentir sobre la inflación, subsidiar los servicios públicos (agua, luz, gas, transporte) hasta casi la gratuidad, distribuir planes sociales a todo adicto que pruebe serlo, financiar este delirio exprimiendo a los sectores productivos… Es decir, vivir mentira tras mentira hasta que la realidad los alcance y los aplaste, como está ocurriendo ahora. Macri fue el médico que diagnosticó e intentó curar la enfermedad, aunque fracasó en el tratamiento. Pero tan trastornados están los “pacientes” que prefieren la enfermedad a la cura.
MUCHA DECEPCION, POCA ESPERANZA — Entre nosotros, variando las circunstancias, la cuestión tiene el mismo cariz sucio y miserable, la compra de voluntades para la perpetuación sine die de esta especie macabra y escatológica representada por los políticos sinvergüenzas.
Mucha decepción, poca esperanza… una formula letal para cualquier República.