Dio rienda suelta a la quema de montes y el país se le incendió.
Por Cristian Nielsen
Imaginemos por un momento al Presidente Abdo Benítez, al ministro de Agricultura o, peor aún, a un productor pecuario del Chaco diciendo esto: “Tenemos que quemar los montes, de lo contrario, ¿de qué vamos a vivir?”. La gente haría cola para insultarlos a todos, empezando por el presidente y terminando con el hipotético productor chaqueño.
Evo Morales lo dijo y es como si hubiera hablado la madre Teresa o San Francisco de Asis. Nubes de reconfortante incienso subieron hacia él aunque en realidad lo que lo estaba envolviendo era el humo de las 1.700.000 hectáreas de bosques y pastizales que en un solo mes y en un solo departamento, se convirtieron en humo.
Veamos las cosas desde otra perspectiva, yendo a eso del “hipotético productor”. Hace un par de días un bombero soltó en Bahía Negra esta observación: Los productores deben dejar de quemar los campos para trabajarlos… Se entiende la preocupación del bombero pero lo cierto es que pifió el análisis.
Ningún productor paraguayo medianamente avisado quema siquiera la basura de su establecimiento. Desde hace tres décadas hay dos cosas que ya no se usan en la producción agropecuaria: el arado y el rozado o quema de campos. Hoy el rastrojo de una cosecha anterior, un cultivo que quedó fuera de rinde o un pastizal que creció tupido son prensados contra el suelo con máquinas especiales para lograr una cobertura apropiada sobre la cual sembrar el siguiente ciclo de maíz, soja, trigo, sorgo o el rubro elegido. Todo resto vegetal es, antes que nada, materia orgánica que se incorpora al suelo a fin de lograr una capa vegetal que lo enriquezca, lo airee lo suficiente para que trabajen los microorganismos y la lluvia penetre hasta los niveles inferiores, con reducción de la evapotranspiración que resta humedad a todo proceso productivo.
Hoy, para un productor paraguayo grande, mediano o pequeño, un incendio en el campo es una tragedia, no un método de trabajo. Por eso, cuando se escucha o se lee que los productores chaqueños, “en su avidez sin medida”, arrasan los montes para ampliar sus campos para criar más vacas, lo único que se demuestra es una majestuosa ignorancia, materia prima fértil para el prejuicio y las conclusiones sesgadas o, peor aún, ideologizadas.
Pero a Evo se le perdona todo. Con su “política” de “si no chaqueamos no comemos”, se ha cargado al 31 de agosto 1.718.987 hectáreas de montes y pastizales.
Aquí hemos aprendido a las malas lo que cuesta arrasar montes para hacer agricultura. Ahora tenemos que vivir con lo que nos queda y las nuevas generaciones están haciendo un culto de ese cuidado.
Cuestión de darse una vueltita por el Chaco y ver cómo se trabaja. Es un poco incómodo, mucho calor o demasiado frío, o polvo y barro según la estación… Pero vale la pena. Se aprende, sobre todo, a no hablar al pedo.