…y protegidas por un sistema legal que abandona a las víctimas.
Por Cristian Nielsen — Chaco 4.0
Se llamaban Milagros y Franco Manuel.
Tenían 10 y 8 años.
Habían ido a pasar unos días en el campo con sus abuelos Alcibíades y Francisca.
Pocas cosas debe haber que entusiasmen tanto a un par de niños de esa edad que disfrutar el campo, los animales, el aire libre y la complicidad de sus abuelos dedicados por completo a darles a sus nietos el mejor tiempo posible.
Pero ese clima de vida en familia se rompió en un instante.
Un tropel de bestias humanas se encargó de destruirlo todo en cuestión de minutos.
Verdaderos asesinos por naturaleza, engendros expulsados de la raza humana, los mataron a los cuatro e intentaron borrar sus rastros hundiendo sus cuerpos en una cámara séptica. Sólo homicidas abyectos, enloquecidos por la codicia, podrían perpetrar semejante horror, lejos de toda condición humana, incomprensible, espantoso.
La noticia, desgarradora, inabordable por su horror, no termina de lastimar a toda una comunidad de gente trabajadora. Y desde aquel punto en el Chaco central, generó ondas expansivas de dolor a todo el país.
La pregunta más repetida es: ¿Por qué? La gente no tiene una respuesta porque no la hay. Las autoridades están investigando, pero es casi predecible el resultado de la pesquisa.
Quizá este episodio pase a engrosar, como siempre ocurre, los mugrientos cuadernos de una seccional de policía y hasta los legajos de fiscales y jueces, para morir allí, sin mayores consecuencias.
Tal vez nunca se encuentre a los anormales que cometieron un crimen tan salvaje e incomprensible.
O quizá sí.
Y no sería raro que viéramos, días después de anunciarse su detención, que semejantes abortos de la naturaleza salgan libres porque algún juez “garantista” encontró el hueco “legal” para liberarlos.
No sería nuevo, ni sorprendente.
Porque ya nos hemos hecho, como sociedad, a esta realidad repugnante: la gente decente tiene que cuidarse por su cuenta mientras los asesinos andan sueltos y protegidos por un sistema judicial y policial que les cubre las espaldas.
A semejante aberración nos hemos acostumbrado.
¿Hasta cuándo?