
La población se urbaniza a paso acelerado y quienes quedan en el campo, profundizan su pobreza si no hay una transformación tecnológica.
Es un hecho que la denominada “agricultura familiar campesina” -tozudamente sostenida por la FAO- ya no es una fórmula para garantizar una mejor calidad de vida en el campo.
Según los datos más recientes de la Dirección General de Estadística, Encuestas y Censos (DGEEC), “la incidencia de la pobreza extrema a nivel nacional registró un leve aumento de 0,4 puntos porcentuales respecto al año 2017 (4,4% vs. 4,8%), producto principalmente de lo que se registró en áreas rurales, donde la incidencia de la pobreza extrema pasó de 9,0% a 10,0%. En términos absolutos, existen alrededor de 335 mil personas en situación de pobreza extrema”.
La sostenibilidad del concepto de agricultura familiar campesina es crítica debido a que sus integrantes jóvenes están siendo atraídos por una oferta muy variada de oficios, ocupaciones, empleos, tecnicaturas y profesiones que van separándolos en forma creciente del campo y obligándolos a instalarse en áreas urbanas.
El empleo rural es cada vez menor y a la vez mucho más tecnificado. Hoy en día es difícil sobrevivir en la producción sin incorporar la fase tecnológica. Desde el productor de hortalizas que debe entrar al invernadero, el riego artificial, el control de plagas, la selección de semillas y los abonos específicos hasta el gran productor agrícola mecanizado, todos deben dominar las fases de planificación, siembra, cosecha, acopio y comercialización para ser competitivos y permanecer en el sector. El concepto de cultivo de subsistencia está reteniendo cada vez menos gente en el campo.
El último registro de la DGEEC arroja una población total de 7.052.983 personas. De ellas, el 61,7% vive en las ciudades y el 38,3% está aún en el campo. Esta tendencia no sólo es irreversible sino que va acelerándose con el paso del tiempo. Toda esa migración que cae sobre las grandes concentraciones urbanas llega con sus demandas de trabajo, vivienda, servicios públicos, salud y educación. El campo está cada vez más despoblado, no porque los grandes desarrollos agropecuarios expulsen población –como erróneamente se afirma- sino porque la dinámica migratoria está cambiando totalmente el mapa demográfico del Paraguay.
Este proceso no es ni malo ni bueno.
Simplemente ocurre.