Los arciprestes de la miseria insisten en confundir a la gente con un cambalache verborrágico que atrasa siglos.
ASUNCION, 03-12-2021 (Chaco 4.0) – Son curas, y hasta obispos, que confunden a sus seguidores con un discurso lleno de hostil indiferencia hacia pequeños campesinos que, tras padecer décadas de abandono y miseria, han encontrado en el agronegocio la respuesta que nunca les llegó de sacerdotes que los han estado anestesiando con homilías huecas y estériles.
Se supone que son personas -hombres y mujeres- consagradas a difundir dogmas de fe que en conventos y seminarios fueron educados para usar la herramienta más noble con la que Jesucristo y sus seguidores salieron a conquistar el mundo: la palabra. Pero mucha de esa gente traicionó esa misión y, al servicio de ideologías disolventes, se dedica aquí y ahora a envenenar la mente de gente sencilla intoxicándola con un coctel venenoso de conceptos divergentes: productores y criminales, agronegocio y narcotráfico, pequeños campesinos y profesionales de la invasión, un verdadero cambalache verborrágico cuyo único fin es generar desanimo, y desesperanza.
En su ceguera concentrada, los marketineros del apocalipsis no ven que cada año miles de pequeños campesinos logran sacar sus fincas de la corrosiva inercia de la “agricultura de subsistencia” para ingresar al mundo de la producción rentable. A los profetas del fracaso no les interesa comprender este proceso porque les disuelve su discurso pobrista de “cristiana resignación” con el que buscan anclar al pequeño campesino a un destino que no eligió y contra el cual se ha rebelado legítimamente reemplazando la azada por el tractor, la foisa por la trilladora, la deuda con el acopiador por una caja de ahorro y, sobre todo, cambiando su condición de oveja pastoreada en la miseria por la condición de hombre libremente asociado para transitar el sendero de la movilidad social ascendente.
Estamos a las puertas de dos de las festividades más motivadoras para los creyentes: la fiesta mariana que mueve a millones de almas hacia Caacupé, y el 24 de diciembre, la noche en la que el Dios de los cristianos renueva su fe en la Humanidad enviándole a su hijo, milagro que luego repite con cada niño llegado a este mundo.
Ni estos intocables recintos de comunión íntima respetan los heraldos de la desesperanza. Tienen ojos, pero eligen no ver lo que tienen enfrente: un país que empieza a distinguir lo que le conviene, desechando la mercancía podrida de políticos y religiosos oportunistas.
Y en el campo, sobre todo, la gente lo tiene cada vez más claro.