Según la profecía de Thomas Malthus emitida a principios del siglo XIX, la humanidad tenía fecha de extinción: 1.880.
El Independiente — Domingo 09-05-2021
Thomas Malthus, clérigo y erudito británico, consideraba que “cuando no lo impide ningún obstáculo, la población se va doblando cada veinticinco años, creciendo de período en período, en una progresión geométrica. Los medios de subsistencia, en las circunstancias más favorables, no aumentan sino en una progresión aritmética”.
Así enunciado el marco teórico, la deducción era inevitable. De no intervenir obstáculos represivos como guerras, pestes, etc. -consideraba el clérigo inglés-, el nacimiento de nuevos seres mantiene a la población en el límite permitido por los medios de subsistencia, muchos en el hambre y en la pobreza. De hecho, anticipó que hacia 1.880, la humanidad simplemente se extinguiría.
La lógica malthusiana tenía visos de probarse en la práctica porque hacia mediados del siglo XX la humanidad ya había sufrido la mitad de las 145 guerras que hubo en su transcurso de las cuales sólo dos de ellas dejaron más de 60 millones de muertos. Además, el siglo cerraría cuentas en el 2.000 con 31 epidemias -varias de ellas pandemias- llevándose otros 140 millones de vidas.
Uno de los factores limitantes, como se ve, estuvo presente durante todo el siglo XX y sin embargo la humanidad no sólo no sucumbió sino que no paró de crecer en cantidad y calidad de vida.
¿Qué falló en la teoría de Malthus?
Pero sobre todo experimentamos una evolución espectacular en la capacidad para producir cantidades masivas de comida. ¿Cómo es que un siglo y medio después no sólo somos muchos más sobre la tierra sino que vivimos más años, somos más saludables y comemos mejor que nunca, al menos en una gran proporción de la humanidad?
“Simplemente” porque hemos aprendido a producir mucha más comida que hace un siglo. La biotecnología tiene hoy un papel central en las economías de todo el mundo, desde las más desarrolladas hasta las más primitivas.
En los días en que Malthus enunciara su teoría, un agricultor a duras penas sacaba 500 kilos de arroz por hectárea o 700 de trigo. Hoy una hectárea tratada con siembra directa, biotecnología y buenas prácticas deja 7.000 kilos de arroz y 3.000 de trigo. La evolución alcanza a prácticamente todos los géneros alimenticios. El tomate era, cuatro siglos atrás, un fruto pequeño, de color amarillo que más bien se usaba como planta ornamental. Hoy, decuplicado su tamaño y peso, cambiado de color y con una textura diferente, es base ineludible para prácticamente cualquier comida.
Esto ha ocurrido con todos los géneros vegetales y con todas las especies animales. Las mejores razas lecheras producen entre seis y diez veces mas leche que sus congéneres de la antigüedad. Se puede trabajar las razas bovinas para mejorar su carne, reducir la grasa y elevar la productividad de un rebaño en proporciones impensables en los días de Malthus.
Así la humanidad evolucionó hasta lograr producir mucha más comida de la que, en teoría, necesitan todos los habitantes del planeta.
ENTONCES LLEGARON LOS VEGANOS – Son una secta respetable hasta el momento en que sus fanáticos se ponen agresivos e intentan imponer sus usos y costumbres al resto de la humanidad. Quieren que dejemos a los animales en paz y que todos “volvamos” a comer verduras, raíces y frutos como antes.
¿Cómo antes? Esta archicofradía debería informarse mejor antes de seguir con su evangelización. El hombre come carne prácticamente desde sus orígenes. Hasta entonces comíamos frutos y raíces y nuestro cerebro era un tercio de lo que es hoy. Empezamos a desarrollarnos desde que aprendimos a alimentarnos de restos animales, cuando aún ni habíamos aprendido a cazar. Fuimos carroñeros que aprovechábamos el tuétano de la osamenta que nos dejaban los grandes depredadores. Cuando nos avezamos en la caza primero y en la cría después, empezamos a desarrollarnos físicamente hasta alcanzar las proporciones actuales.
¿Volvernos todos veganos? Entonces, ¿quiénes van a alimentar, y para qué, los 1.800 millones de vacas, los 2.200 millones de ovejas, los 1.200 millones de cerdos y otras especies menores que “dejaremos tranquilas”? ¿En qué van a trabajar millones de criadores, peones, productores de insumos, veterinarios, fabricantes de maquinaria, obreros y empleados de frigoríficos, carniceros, asadores…? ¿Cómo vamos a reemplazar los 132 billones de calorías y los 11 millones de toneladas de proteínas que nos aporta la carne vacuna a escala planetaria? ¿Plantando más batata, zanahoria y locote?
¿De dónde saldrán las 3.200 millones de hectáreas extra que habrá que cultivar para cuadruplicar la producción de comida vegetal si nos hacemos todos veganos?
La pregunta es para qué tocar algo que funciona si no es para generar un caos fenomenal. Nos ha llevado siglos alcanzar el actual nivel de desarrollo tecnológico y aún nos queda mucho por evolucionar.
Malthus quedó desfasado al no considerar hasta dónde el hombre es capaz de aceptar desafíos y, empleando a fondo el pensamiento lateral, innovar y mejorar el mundo.
Los veganos extremos, en tanto, viven en una nube de pedos imaginando idioteces.