Junto a sus esposos, dedicados a la agricultura sustentable con biotecnología, emprendieron la producción avícola y hortícola para consumo y renta.
ASUNCION, 06-06-2020 (Noticias INBIO) — El trabajo del campo no es tarea exclusiva del hombre, como prueba el testimonio de un grupo de mujeres, esposas de pequeños productores que forman parte del comité El Porvenir de la colonia de San Roque, San Juan Nepomuceno, Caazapá, quienes pasaron del anonimato a ser protagonistas y emprendedoras en su comunidad, según refiere el Ing. Agr. Fabio Vega, técnico del Ministerio de Agricultura y Ganadería.
En este grupo de mujeres protagonistas se destaca la historia de doña Lorenza, esposa Trifón Ruiz Díaz, cooperador del Instituto de Biotecnología Agrícola (INBIO) dentro del Programa de Agricultura Sustentable con Biotecnología.
ROMPER LA INERCIA – Vega refiere su preocupación por la escasa integración de las mujeres al grupo de productores con los que había empezado a trabajar en la zona de San Juan Nepomuceno.
“Siempre que las visitaba –refiere el Ing. Vega- invitaba a las señoras a que participen de las reuniones con sus esposos. Pero algunas respondían que los temas que se hablaban en esos encuentros eran sólo para hombres”.
Pero el técnico no se conformó con aquella actitud y volvió a probar, esta vez con una propuesta de acción.
“En una de las visitas les sugerí que vendieran gallinas caseras –recuerda Vega-. Les dije que era algo que se busca mucho y se paga bien. Por ahí, les insistí, sale algún buen negocio”.
Esta vez, la idea del técnico pareció calar en algunas de las mujeres.
“A algunas de ellas les pareció una idea interesante y empezaron a ir a las reuniones. Les expliqué detalladamente qué hacer, por supuesto con el compromiso de seguir al pie de la letra todas las indicaciones. Esto sucedió hace aproximadamente seis años, cuando empezó a mejorar la producción de maíz y algodón en esa zona” detalla Vega.
ARRANCA EL NEGOCIO – El extensionista relata que en los primeros seis meses del programa, hubo siete emprendedoras que se iniciaron en el negocio. Prontose dieron cuenta de que realmente había una gran demanda para la gallina y el huevo caseros. La cadena empezó a marchar y a mostrar todo su potencial.
Vega refiere que de inmediato se constató la necesidad de contar con alimento de calidad para las gallinas.
“Necesitábamos más fuente de proteína y decidimos sembrar soja. No mucha, porque el suelo no daba para producir en grandes cantidades. Cada productor destinó a ese fin un cuarto hectárea y todo lo cosechado se destinó a alimentar las gallinas” detalla Vega.
Al día de hoy, veinte familias de las treinta que integran El Porvenir, trabajan en la producción y venta de gallinas y huevos caseros.
“Y aún así –refiere Vega- no llegan a cubrir la creciente demanda de estos productos. Este año se tuvo una buena cosecha de soja porque el trabajo que realizamos con INBIO dio excelentes resultados”.
El extensionista relata que de los inciertos rendimientos de la soja en el inicio del programa, este año se obtuvo rendimientos de hasta 3.000 kilos por hectárea, que sumado a la producción del maíz, servirá para alimentar a un mayor plantel de gallinas y les dejará más ganancia.
Vega dice que las emprendedoras ya se han habituado a hacer cálculos de rendimiento.
“Haciendo bien los cálculos –cuenta- ellas se dieron cuenta de que les convenía más usar el maíz como alimento y vender gallinas en vez del maíz a terceros”.
DE COMPRADORAS A VENDEDORAS – El rol dinamizador del extensionista no se agotó en el proceso de creación de la cadena de producción y comercialización avícola y productos derivados. Vega refiere que durante los primeros años de trabajo con este grupo visitaba muy a menudo a cada familia. Durante una de esas visitas, vio que la dueña de casa, doña Lorenza, llegaba de la ciudad con una bolsa de verduras.
“Le pregunté cuánto le habían costado todos esos productos y para cuántas comidas le alcanzaría –relata el extensionista-. Me dijo que había gastado unos 15.000 guaraníes y que le alcanzaría para dos comidas. Le propuse entonces si no querría hacer su propia huerta y me ofrecí a comprarle semillas. Con una pequeña inversión de 5.000 guaraníes, podría obtener una producción suficiente para el consumo durante un año”.
Vega relata, algo divertido, que doña Lorenza lo miró como algo avergonzada y le dijo que lo intentaría.
“Y así lo hizo” confirma con satisfacción Vega.
La cosa no quedó allí. En la siguiente reunión del comité, doña Lorenza contó que había empezado a producir sus propias verduras.
“Fue instantáneo –cuenta Vega-. El resto del grupo tomó el ejemplo y a partir de entonces cada familia cuenta con su propia huerta y como ahora les sobra dinero de la venta de gallinas, están equipándolas con media sombra para producir hortalizas también en verano”.
Vega no oculta su satisfacción por los resultados obtenidos.
“Es reconfortante ver el progreso de estas familias. Algunas realmente estaban en extrema pobreza. Y en lo que respecta a las mujeres, su progreso es increíble. De su ausencia en las reuniones de inicio del comité pasaron a ser parte activamente de él e incluso ocupan cargos en la directiva con importantes responsabilidades”.