Los reiterados intentos de gravar la soja desnudan una persistente campaña para desestimular el cultivo líder de una cadena productiva muy compleja.
Cristian Nielsen – Editor
ASUNCION, 07-05-2020 (Chaco 4.0) — Las numerosas iniciativas que regularmente se activan en el Congreso para imponer tributos y gravámenes a la cadena de la soja dejan en claro la existencia de una campaña muy agresiva de ciertos sectores políticos para terminar con dicho cultivo líder, tras el cual se alinean otros rubros que, en conjunto, alimentan una compleja cadena de actividades productivas, industriales, comerciales y de servicios.
Los activistas contra la soja saben muy bien –y si no lo saben, es por pura necedad- que cualquier tributo que se imponga a la oleaginosa no podrá ser transferido al precio final de venta sino que se les pagara menor precio a los productores, tal como fijan todos los contratos de compra-venta de granos donde taxativamente se establece que cualquier impuesto le será descontado del precio al vendedor, es decir, el productor.
Siendo la soja un commodity, la cotización la imponen los mercados, que no compran impuestos. Es, por lo tanto, una variable dura sobre la cual productores y exportadores paraguayos no pueden influir sino aceptar sus reglas. Sí influyen, y lo hacen frecuentemente a través de operaciones de gran volumen, las economías dominantes como China y Estados Unidos manejando stocks y regulando compras y ventas.
IMPACTA EN LOS INGRESOS – Como el impuesto es descontado por el exportador a cuenta del precio que se le paga por su producto, el productor que ve erosionados sus ingresos. Y esta es una realidad extremadamente delicada que los legisladores jamás tienen en cuenta sencillamente porque
- No entienden su mecánica de funcionamiento… o no les interesa entenderla.
- La entienden y no les importa.
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- La rechazan por considerarla no funcional a sus “técnicas legislativas”.
DELICADO EQUILIBRIO – Al hablar de costos de producción en el complejo de la soja se consideran una cantidad de elementos que funcionan fuertemente interligados.
En el cálculo del total del costo de una hectárea de soja (preparación, siembra, mantenimiento, cosecha y transporte) entran no menos de 15 items con sus variables propias.
No es lo mismo hacer un cálculo de costos y rentabilidad sobre campo propio que sobre un campo alquilado. U operar con o sin maquinaria agrícola propia, factor éste para nada menor ya que la soja es un cultivo mecanizado dentro del sistema de siembra directa en que se mueve prácticamente la totalidad de la producción.
Luego entra a jugar la variable climática. Aunque hoy se cuenta con estudios agrometeorológicos bastante precisos, es imposible saber en qué medida impactará tanto el exceso como el déficit de reservas hídricas.
Todos estos elementos han llevado a los especialistas a diseñar herramientas de cálculo, evaluación e impacto de las distintas variables sobre costos de producción y márgenes de rentabilidad en cada uno de los componentes del complejo de la soja, comenzando por la propia oleaginosa.
HABLAN LOS NUMEROS — Si el costo total de producción llega, digamos, a Gs. 4.100.000 la hectárea y si el punto de equilibrio para empatar es un rendimiento de 2.461 kilos por hectárea, los resultados del cálculo de rentabilidad no son los mismos con un rendimiento de 3.300 kilos por hectárea que uno de 1.600. En un ciclo razonablemente bueno, no a todos los productores les va igual, por razones diferentes según la región y las condiciones agrometeorológicas.
Cualquier impuesto añadido a la cadena termina afectando el ingreso y por consiguiente marcará la diferencia entre empatar, ganar o perder sobre todo aplicado sobre la venta total sin tener en cuenta los gastos para producir, con el consiguiente desestímulo al trabajo y la inversión.
Gravar la exportación es gravar el trabajo de la gente del campo, no cobrar una gabela sobre lo que gana. Es imponer tributos sobre lo que se produce sin importar si se gana o se pierde.
Insistir en este camino que, ya en su momento recorrieron políticos de todas las gamas del populismo, sería poner un complejo productivo de enorme impacto positivo sobre la economía en el mismo camino de extinción que siguió veinte años atrás la cadena de valor del algodón.
EL PEOR MOMENTO – Las voces del atraso siguen escuchándose en el Congreso. El rechazo del paquetazo que se presentó al plenario del Senado el martes 5 pasado dejó a muchos voceros de la campaña anti-soja con la sangre en el ojo. Ni siquiera tuvieron en cuenta el momento que vive el país –y el mundo entero- en medio de una recesión económica de alcances imprevisibles.
Un reciente análisis del BCP anticipa que si la economía verá moderada su caída este año será por el aporte del complejo agrícola-ganadero. Aún así, falta más de medio año para comprobar si ese pronóstico es acertado.
El campo sigue trabajando, el trigo está empezando a arrancar y se planifica la campaña 20-21 de la soja. Pero con un sistema financiero congelado, con los bancos restringiendo el crédito ante la incertidumbre creciente por el COVID19 y los mercados internacionales sacudidos por la pandemia, hablar de aumentar impuestos es como activar una bomba de relojería.
Más tarde o más temprano, terminará por estallar.