
Treinta años atrás, en Argentina se enterró el último arado. Ahora, se produce mucho más con menor impacto ambiental.
Por Alberto Touyaa

En la Argentina enterramos por última vez el arado hace treinta años. Todavía no le dimos cristiana sepultura, pero el próximo congreso de Aapresid, el mes que viene en Rosario, será una buena oportunidad para agradecerle los servicios prestados. Y gritarle al mundo que, en estas pampas, hemos creado otra cosa. AAPRESID (la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa) lo hizo. Fue el think tank de la innovación. Allí se galvanizaron todos los sueños de una agricultura verde y competitiva.
Hoy Siembra Directa es mucho más que ahorrar unos cuantos litros de combustible, lo que de por sí tiene un enorme impacto económico y ambiental. Hemos creado esto en la era del petróleo. Ahora consumimos un tercio del gasoil que utilizábamos hace cuatro décadas. Pero además los rendimientos mejoraron, con lo que la huella de carbono pegó un salto fenomenal.
El maíz rendía 35 quintales (1 quintal, 100 kilos), ahora 100. Consumíamos 100 litros de gasoil por hectárea para arar, rastrear, sembrar, pasar el escardillo y luego arrimarle tierra con la reja aporcadora. Finalmente, la cosecha. La cuenta de almacenero daba 3 litros por quintal. Ahora cosechamos tres veces más con siembra directa, biotecnología y dos aplicaciones de herbicida. Treinta litros de gasoil por hectárea, apenas 0,3 litros por quintal. Diez veces menos. Ahorro económico. Y diez veces menos CO2 al aire por tonelada producida.
Maíz y soja con mejores rindes

Hay más noticias para este boletín. Una hectárea de maíz metida en una planta de etanol, da cuatro mil litros de sustituto renovable de nafta. Más 10 toneladas de burlanda húmeda que va para alimento de toda clase de bichos que caminan y van a parar al asador. Y tres toneladas de CO2 que se pueden capturar y utilizar para sustituir el gas carbónico que utilizan las bebidas carbonatadas, que hasta ahora venía de la quema de gas natural. En la planta de ACABio en Villa María se instaló una unidad recuperadora de CO2 de la fermentación del maíz para este destino. La Coca Cola no solo tiene edulcorante de maíz, sino también «burbujas robadas en los jardines de Córdoba«.
La soja rinde 3.500 kilos por hectárea. El 18 por ciento es aceite. Un litro de aceite se convierte en un litro de biodiesel, con un procedimiento mucho más sencillo que su nombre: la transesterificación. Consiste en separar la glicerina del aceite, y sustituirla por metanol. Queda la glicerina libre, que se refina y vende para farmacopea o alimentación humana y animal. Y quedan 500 litros de biodiesel por hectárea, más 3.000 kilos de harina de alto contenido proteico. De nuevo, energía más alimento.
Derrame oleaginoso
Para sembrar y cosechar una hectárea de soja, con siembra directa, necesitamos 50 litros de combustible diesel. Imaginemos que la hacemos con 100 por ciento biodiesel. Quiere decir que con lo que produce una hectárea de soja, podemos sembrar diez. Decime si hay algo más sustentable. ¡Produce diez veces más combustible que el que consume! Economía y ecología, porque sustituye al gasoil. Hoy todo el gasoil que se usa en la Argentina contiene un 10 por ciento de biodiesel, y nos sobra para exportar. Y nos queda la mitad del aceite que todavía exportamos “crudo”.
La soja tiene la habilidad de todas las leguminosas: es capaz de fijar el nitrógeno del aire y así auto fertilizarse. Pensar que algunos la siguen demonizando. Aunque siempre se puede mejorar, y de eso se trata Aapresid, la soja y la nueva agricultura no sólo son en sí mismas “sustentables”, sino que han permitido que la Argentina misma lo sea.
Ya hubiéramos saltado en mil pedazos si no hubiera sido por esta extraordinaria revolución tecnológica que nos permitió, en apenas treinta años, quintuplicar el valor de la producción.

Hay que explicárselo al mundo
Sí, producimos el triple, pero ahora casi la mitad es soja, que vale el doble que los cereales. Y lo hicimos ahorrando combustible, emitiendo menos y, gracias a la eliminación del laboreo, recuperando materia orgánica en los suelos. Esto significa captura de CO2, que queda retenido mejorando la estructura de los suelos. Más fertilidad, más biodiversidad en la microflora y microfauna. Más retención de agua, más toneladas por milímetro de lluvia durante el cultivo.
Más, más, más.
Nos falta explicárselo al mundo.
Y a nuestros hermanos de la ciudad, tan bombardeados por el discurso berreta de los que siempre ponen un pie en la puerta giratoria del progreso.
El campo hace bien.