La curiosa historia del tomate, originario de América del Sur e introducido por los conquistadores en Europa en el siglo XVI.
“Tomatl”, así llamaban los incas a una fruta pequeña y amarilla que muy pronto los conquistadores incorporaron a su dieta por sus innatas virtudes culinarias. Las cortes europeas del siglo XVI en adelante muy pronto se aficionaron a los platos preparados por esta hortaliza que hoy impera en todas las mesas del mundo.
Estos frutos nativos y silvestres eran pequeños, como tomates cherry, y predominaban los de color amarillo en vez de rojo. Se cree que entraron a Europa por Sevilla, se naturalizaron muy pronto y, además de sus propiedades alimenticias se le asignaban también propiedades afrodisíacas al punto que los franceses la llamaban «pomme d’amour».
Pero los italianos prefirieron destacar su perfil culinario. En 1544, el herborista Mattioli lo introdujo en Italia llamándolo «mala aurea» y posteriormente, «pomodoro», de donde es fácil deducir que en aquellos días, el tomate era de color amarillo.
Con el paso del tiempo, la introducción de nuevas variedades y el desarrollo de la ingeniería genética, el tomate comenzó a crecer en tamaño y a cambiar de color hacia el rojo intenso que tiene hoy.
Un equipo interdisciplinario integrado por científicos de Israel, EE.UU., China y España han identificado los componentes genéticos que determinan el sabor del tomate y logrado devolverle a esta hortaliza el que se cree era su sabor original.