Es imposible producir alimentos sin auxilio de la biotecnología y los organismos genéticamente modificados. A menos que querramos volver a la Edad Media.Un comunicador dijo cierta vez: ““Tradicionalmente, los agricultores guardaban las semillas de una cosecha para la siembra siguiente; eso ya no puede ser. Monsanto y otras empresas han privatizado la naturaleza”.
Semejante reduccionismo analítico impide ver el panorama completo. Hoy, producir sin tecnología sería tan ineficiente como cruzar el océano en barcos de vela. La biotecnología es una herramienta de todos los días, al menos, mientras la humanidad siga demandando en forma creciente alimentos. ¿Riesgos? Siempre los hay.
Los riesgos de la manipulación genética son reales, no inventados. Pero son eso: un cálculo costo-beneficio previamente testeado y evaluado. Vivimos rodeados de este tipo de “riesgos calculados”. Nadie está seguro del impacto que puedan producir en el tiempo los aerosoles en base a piretroides que usamos generosamente en estos días de eclosión de mosquitos. Y sin embargo… Dice un estudio: “Las piretrinas y los piretroides interfieren con el funcionamiento normal de los nervios y el cerebro. La exposición breve a niveles muy altos de estos compuestos en el aire, los alimentos o el agua puede causar mareo, dolor de cabeza, náusea, espasmos musculares, falta de energía, alteraciones de la conciencia, convulsiones y pérdida del conocimiento (Agencia para Sustancias Tóxicas y el Registro de Enfermedades — División de Toxicología y Medicina Ambiental Atlanta, GA, EE.UU. http://www.atsdr.cdc.gov/es/)”. ¿Pensamos en esto antes de apretar el botón?
Y ni hablemos de las especialidades farmacéuticas de las que nos atiborran a diario nuestros médicos. Esas sí que elevan los umbrales de riesgo a niveles críticos. ¿Qué hacemos entonces? ¿Nos entregamos a los mosquitos, sucumbimos a las enfermedades?
Todos recordarán la guerra declarada contra un producto, el tripolifosfato de sodio, acusado de provocar la contaminación del lago Ypacaraí. Parece que al final van a erradicarlo de los detergentes. Pero ocurre que este compuesto se usa también en la conservación de carnes procesadas, alimentos de mar (enlatados), embutidos, alimentos marinados, almidones modificados, sopas deshidratadas, pastas alimenticias, comida de mascotas, etc. ¿Y? ¿Sacamos todo eso del mercado? ¿Paramos el mundo?
Ningún agricultor que quiera hacer negocios en agricultura va a “guardar las semillas de una cosecha para la siembra siguiente”. Eso era todo lo que había en la época de Abraham y Jacob, tal vez hasta los días de don Carlos Antonio López. En algunos casos puntuales, el agricultor podrá hacerlo una vez. Pero luego deberá ir a comprar nuevas semillas … al menos si quiere seguir en el negocio. Semillas desarrolladas, certificadas y tratadas por Juan, Pedro o María, a quienes deberá pagar su precio, lo quiera o no. En el Servicio Nacional de Calidad y Sanidad Vegetal (SENAVE) están registradas 103 variedades de semillas de maíz pertenecientes a una docena de proveedores instalados en el mercado local, entre ellos Monsanto, entre ellos el MAG, y también Agrecomseeds SRL, DuPont, Sementes Biomatrix, Agroeste Semente SA y otras. Que se sepa, esas semillas no se regalan, se venden. Y así debe ser.
Bueno, tal vez sí se las regaló cuando el resultado de las investigaciones de semilleristas del MAG que desarrollaron la Reba B50, la Reba P279 y otras variedades de algodón, fue repartido “sin costo” en los funestos días del populismo noventista. Y así terminó todo, con la liquidación de un rubro exitoso que había alcanzado en 1995 su pico de producción y exportación.
No hay almuerzo gratis. Alguien siempre termina pagando. Producir comida en forma de granos es un negocio. Y cada vez se necesita más. Esa superdemanda no podrá ser satisfecha guardando la semilla de este año bajo el catre para sembrarla el año próximo. El poder germinativo se lo trabaja, se lo cuida y se lo registra. Eso significa investigación e inversión. Es decir, cuesta dinero.
Si toda la cadena gana, ¿dónde está la equivocación? ¿A quien se estafa?
Salvo que cambiemos el sistema y declaremos que la comida deja de ser un bien transable. Menudo cambio nos esperaría, por decir lo más simple.
Y en cuanto a los OGM, sigamos alerta. La innovación puede plantear, algunas veces, estos caminos divergentes y sembrados de incertidumbres. Pero el que no podemos tomar, definitivamente, es el que nos llevaría de vuelta al neolítico.