Construir la cadena de valor del trigo y el pan paraguayos llevó décadas. Pero un hatajo de imbéciles con una consigna puede destruirla en minutos.
Decía el dramaturgo francés Honoré de Balzac: «Un imbécil que no tiene más que una idea en la cabeza es más fuerte que un hombre de talento que tiene millares». Y nada más peligroso, agrego, que un fanático con una sola idea e incapaz de cambiar de tema.
Este fenómeno del comportamiento humano lo estamos viendo en los últimos días en el Paraguay. Estamos comprobando que un imbécil es alguien que insiste en su imbecilidad aunque algo en su interior lo esté alertando sobre el daño que causa.
Un imbécil es alguien que adopta y repite como loro un eslogan porque se lo impusieron, “está de onda” o simplemente le resultó amigable a su reducido núcleo neuronal.
Un imbécil no necesita argumentos para subirse a una operación que no sabe de dónde viene ni mucho menos a qué oscuros intereses está sirviendo sin saberlo.
Porque hay que ser un imbécil redomado para comprar en forma acrítica el eslogan pan sin veneno.
Esta variedad de imbéciles ha mandado al freezer el cerebro -o lo que sea tenga en el cráneo- y se concentra en aprender de memoria dos fórmulas: trigo HB4 y glufosinato de amonio. Una vez que adquiere la capacidad de repetir sin equivocarse ambos conceptos, el imbécil ya está en condiciones de pararse frente a una cámara y lanzar predicciones apocalípticas. Eso es lo que estamos viendo últimamente, imbéciles de todas las calañas tratando de convencer a la gente que el próximo felipito o pan trincha que se coma va a envenenarlo.
Si este enfoque reduccionista se limitara a la acción de torpes voluntariosos, el daño podría no ser muy grande. Pero el problema es que detrás de ellos se agazapan los autores intelectuales del operativo, los que abrevan en las generosas fuentes de la Europa ambientalista extrema que está intentando destruir toda una forma de vida sin proponer nada en su reemplazo. Esto queda evidenciado en los objetivos de la “agenda 2030” (cambio global) y en la delirante “ley de restauración de la naturaleza” que tiene a los propios europeos sumidos en un escándalo que estremece las legislaturas del viejo continente.
Detrás de todo esto viene reptando la oferta de créditos de carbono, un espejito de colores que funciona como engañabobos. Dado que Europa no puede bajar su emisión de gases de efecto invernadero debido a su adicción al carbón y al petróleo, pagan a otros países para que recojan la porquería gaseosa que producen en cantidades monstruosas (UE, cuarto emisor mundial de CO2 después de China, EE.UU. e India). Para el efecto, los países «elegidos» deben mantener intocados sus bosques y minimizando el laboreo agrícola y la crianza de ganado. Para lograr ese propósito, ofrecen euros en forma de créditos de carbono (persuasión pecuniaria) y lanzan campañas que criminalizan la cría de ganado y la extensión de cultivos como el trigo, el maíz y la soja (persuasión basada en una supuesta superioridad moral).
¿De dónde llegan las consignas, entonces? De la Europa que se ha metido en un callejón sin salida y que pretende arrear a los tontos que compran -con dinero o por miedo- sus consignas pseudo ambientalistas.
Dejaré a los expertos explicar las inconsistencias de una campaña contra el trigo HB4 desatada sin un solo argumento científico que la avale.
Por mi parte, diré: Despierten, imbéciles, y miren a su alrededor. Dense cuenta que viven en un Paraguay que en el pasado se ha sacudido otros yugos más peligrosos y destructivos que esta estulta campañita de “pan sin veneno” que les han ordenado desatar. Paren de repetirla y, por un momento, reflexionen sobre el daño que están causando.
Y si insisten, tendrán que hacerse cargo de sus resultados, porque construir la cadena de valor del trigo y el pan paraguayos que nos dio soberanía alimentaria llevó décadas, aplicación de ciencia y tecnología, muchísimo trabajo, talento humano y una ingente cantidad de recursos.
Claro que para destruirla, sólo hace falta un hatajo de imbéciles con una consigna.