Cuando el purpurado Fritz levante la hostia, recuerde que se hace del trigo que producen los, por él, satanizados sojeros.
Cristian Nielsen
¿Por qué será que quienes hablan en nombre de la religión parecen sentirse inmunes al ridículo?
Vean esto:
“Es un pecado que una planta tan nutritiva como es y era la soja se haya transformado en un peligro para la tierra, el agua, el aire, los animales y hasta el mismo ser humano”.
Esto lo dijo el purpurado Fritz desde un altar de Caacupé, sitio de veneración para miles de paraguayos que a esta altura del año van en busca de pan místico y, sobre todo, esperanza.
Poco importa el currículo de quien perpetró esta monumental idiotez. Basta con saber que habla en nombre de la Iglesia Católica. Y que envuelto en el dogmatismo típico de todas las religiones, el “mensaje” causa un enorme daño en las almas abiertas de creyentes que peregrinan esperando recibir un bálsamo restaurador y se tropiezan con un discurso de barricada que atrasa medio siglo porque remite a las premisas obsoletas de los ’70.
Neófito, –pese a su edad- arremetió contra cosas que, aviesamente, eligió no entender e hizo afirmaciones que no se sostienen ante un mínimo asomo de lógica analítica. Afirmar que la soja es un peligro para la tierra es una necedad del tamaño de una catedral (por ejemplo, la de Colonia, de su Alemania natal). Prefiere envolverse en la diatriba y hacer a un lado la verdad. Levanta, ante una feligresía sedienta de esperanza, un discurso roussoniano hablando de bosques mágicos que protegen y alimentan al hombre, como si en lugar del siglo XXI viviéramos en la edad de bronce y en comunidades sujetas a los avatares de la naturaleza. Este es un enfoque particularmente vil porque el purpurado se aprovecha de su operatoria indigenista y, desde allí, dispara contra todo lo que huela a producción agropecuaria tecnificada presentándola como una especie de mensajera del mismísimo Satanás, persecutora y exterminadora de etnias.
No sé a cuánta gente convencerá el purpurado Fritz con esta oratoria sectaria y medieval. No sé cuánto peligro encierra para una pequeña economía como la paraguaya que encontró su camino en la producción agropecuaria altamente tecnificada, basada en la biotecnología y que con buenas prácticas está transformando el campo paraguayo en un ejemplo de sostenibilidad y eficiencia.
Lo que sí sé es que cuando el purpurado Fritz vuelva a levantar al cielo la hostia, sería bueno que recordara que ese componente esencial de su ritual católico se elabora con harina de trigo paraguayo, cereal que luego de años de languidecer en manos de aventureros y oportunistas políticos, fue adoptado por la cadena de la soja que lo convirtió en trigo seguro para el pan paraguayo servido en las mesas paraguayas y también para todo el mundo, ya que los excedentes, producidos por los mismos que él execra en su trastornado discurso, se exportan hoy a todo el mundo con sello paraguayo.
Cada uno a lo suyo, purpurado Fritz. Las “mentiras solemnes” son las peores, como dejara escrito el gran Mark Twain, porque encierran hipocresía y apestan a sepulcro blanqueado, hermosa figura retórica de cuyo origen podría hablarle un rato largo el redentor al que Ud. se encomienda cada mañana. ¿O no?