La historia de Rubén Fariña, un agricultor al que la intolerancia no logró doblegar.
Cuando Rubén Fariña, 51 años, casado, 10 hijos, pudo darse cuenta, la sembradora estaba ardiendo furiosamente. Estaba plantando avena en una finca de Yhú cuando un grupo de mala gente no tuvo mejor idea que invadir el lugar y pegarle fuego a su implemento de trabajo.
¿Qué haría ahora? Cualquier cosa menos desanimarse, menos abandonar todo y huir.
Fariña es un hombre de temple. En las sobrias oficinas del Instituto de Biotecnología Agrícola (INBIO) cuenta su historia a Chaco 4.0 con lujo de detalles. De sus gestos se desprende una gran seguridad en sí mismo, reveladora de un carácter al que difícilmente se podría amedrentar.
Los intrusos creyeron haberlo quebrado.
No pudieron haberse equivocado más.
TODO EMPEZÓ… — Fariña es agricultor de alma, hijo y nieto de agricultores. En las dos escuálidas hectáreas que alquilaba en Línea 6, distrito de Mariscal López (Yhú, departamento de Caaguazú), empezó plantando algodón cuando apenas tenía 17 años y era soltero. Pronto se dio cuenta que con esa extensión de tierra no llegaría muy lejos. El algodón empezaba a ser mal negocio y las intrigas políticas terminaron destruyendo a las industrias procesadoras. Eso, Fariña no lo sabía por entonces. Corría el año 2.000 y pese a los avatares de precios y rendimiento, la fibra logró darle lo suficiente para comprar otras cinco hectáreas.
A los 19 se casó con Rosalina Román, iniciando así una familia que hoy se compone de 9 varones y una mujer. Para entonces, Fariña cayó en la cuenta de que era hora de cambiar de rubro.
El algodón estaba muerto y enterrado.
LA SOJA ENTRA EN SU VIDA – Así fue. Fariña decidió entrar al mundo de la soja.
“El primer año planté cinco hectáreas –cuenta-. Perdí todo. Pero el segundo año ya subí a 20 hectáreas y empecé a ganar”.
Tanto que ese año pudo comprarse al contado un tractor.
“Me costó 50 millones” informa con una sonrisa de comprensible satisfacción.
Para entonces, recuerda Fariña, tres de sus hijos trabajaban con él, uno de ellos, de sólo 14 años. La tercera cosecha de soja mejoró sus ingresos. Obtuvo unos 280 millones de guaraníes. Parte de ese dinero lo empleó para comprar a cuotas otras 35 hectáreas en Aratipytá. Invirtió en el operativo 90 millones. Le quedaron otros 180 millones, capital en base al cual pudo adquirir –también a crédito- una sembradora y una pulverizadora. Las pagó en tres cuotas.
Y aquí es necesario aclarar qué entiende por cuota un productor. No son cuotas mensuales sino semestrales, ya que son seis meses lo que le lleva a un agricultor sembrar, mantener, cosechar y comercializar su producto (soja o maíz).
Fariña ya había dejado de ser un pequeño agricultor castigado por la incertidumbre, para entrar al mundo del agro negocio que permite una razonable planificación a futuro.
¿INTOLERANCIA O PURO BANDIDAJE? – Ocurrió un 30 de octubre de 2018. Decían ser “sintierrras”. Pero en lugar de reclamar tierras lo que hicieron fue puro bandolerismo de la peor especie. Los Fariña estaban trabajando una parcela de avena, un excelente abono verde utilizado como cobertura para la siembra de soja. Tenían en marcha una sembradora movida por un tractor al mando de Manuel, implementos que, como queda dicho más arriba, Fariña había comprado gracias a dos buenos años obtenidos con la oleaginosa.
El tropel de intrusos atropelló la parcela, retuvo por la fuerza a los Fariña para robarles todo lo que tenían, en especial, dinero en efectivo y celulares. Luego, como si con el saqueo no fuera suficiente, rociaron la sembradora con combustible y le prendieron fuego.
Manuel no quería abandonar sus implementos de trabajo. A los gritos, su padre y sus hermanos intentaron convencerlo. Pero en un último esfuerzo, el joven –por entonces de 14 años- logró desenganchar el tractor y retirarlo antes de que lo alcanzaran las llamas. La sembradora, comprada a cuotas y pagada con esfuerzo, ardió sin control para perderse completamente. Escapó de las llamas con la remera chamuscada, que exhibiría no como trofeo sino como prueba material del más salvaje atropello que pueda sufrir gente de trabajo. Los “sintierras” huyeron sin reparar en que habían estado a punto de quemar vivo a un niño de 14 años cuyo único “delito” era acompañar diariamente a su padre y a sus hermanos a trabajar el campo.
COMIENZOS DE UN LIDERAZGO – Calmado y sin omitir detalle alguno, Fariña recuerda este episodio tenebroso ocurrido hace casi un año. Pero no perdió tiempo en lamentos ni buscando culpables. Sabía muy bien de donde había venido el golpe y que buscaban con él. Una vez más la política mediocre y de miras cortas había metido su veneno en el campo buscando atemorizar al sector más vulnerable y obligarlo a capitular. Al fin y al cabo, en aquellos parajes de Caaguazú, una hectárea puede llegar a cotizarse en 5.000 dólares.
Fariña tomó distancia del suceso pero no de quienes lo protagonizaron como mano de obra barata de los operadores de la política bastarda. Conmovidos con el episodio, productores que rodeaban su finca decidieron apoyarlo prestándole una sembradora y ayudándolo a terminar lo que los facinerosos habían estado a punto de fastidiar. Fariña nunca terminará de agradecer aquel gesto.
Pero él ya había dejado atrás el bíblico paradigma del labriego castigado por las inclemencias para entrar a la categoría de pequeño empresario agrícola. Hoy lidera a unas 70 familias que decidieron seguir sus pasos y organizarse en un Comité de Agricultores que ya se expande por las líneas cuarta, quinta y sexta.
“Más de 40 de esas familias están mecanizando sus cultivos –relata Fariña- con apoyo de la Gobernación departamental y la Intendencia municipal. También van a incorporar los abonos verdes como parte de esa nueva etapa”.
Fariña se ha convertido en un agente multiplicador en la incorporación, entre sus colegas productores, del empleo de abonos verdes, iniciativa que impulsa Inbio con su Programa de Agricultura Sustentable con Biotecnología. Los expertos del programa puntualizan que abonos verdes son “básicamente plantas que aportan numerosos nutrientes al suelo, y la combinación de variedades en una parcela puede incrementar sustancialmente la mejoría del suelo”.
Fariña se mueve cómodamente en este ambiente de innovación con el que ha logrado captar la atención de muchos agricultores, especialmente aquellos que parecían oponerse a la soja. Con su parcela monitoreada por Inbio, demuestra a sus vecinos la diferencia entre los métodos tradicionales y las nuevas tecnicas que aseguran alto rendimiento, excelente calidad y, sobre todo, sustentabilidad de los cultivos en el tiempo.
“Algunos de los que nos atacaron aquel día ahora se acercan a nosotros para incorporarse a esta etapa” revela Fariña con un guiño cómplice.
Así nacen los liderazgos, con gente de carácter, a quien las adversidades de clima y de mercado no desaniman y que frente a la violencia y la intolerancia reacciona con calma y con propuestas.
Rubén Fariña, de Yhú, distrito de Mariscal López, departamento de Caaguazú, es un vivo ejemplo de ese temple.