Todavía tenemos que deshacernos de los piratas y filibusteros de la política.
Cristian Nielsen
La crisis política aún no se ha disipado. La virulencia con la que apareció en escena revela la alta inestabilidad institucional que caracteriza nuestra vida ciudadana.
A UN MILIMETRO — Con demasiada facilidad nos deslizamos hacia los extremos sin reparar en las consecuencias de nuestros actos como sociedad. Estuvimos a un milímetro de provocar un evento extremo como el que en 2012 resquebrajó la organización del Estado y nos generó un ostracismo internacional del que nos costó mucho salir, no sin antes sufrir humillaciones inaceptables para un pueblo orgulloso de su soberanía y su autodeterminación.
ORDEN CONSTITUCIONAL — Todavía no hemos aprendido a lidiar con nuestras debilidades y nuestras ambiciones.
El acta bilateral firmada con Brasil fue un compendio de despropósitos técnicos, diplomáticos y políticos, que duda cabe. Pero la corrección de esos gruesos errores –por usar un término moderado- era posible sin hacer saltar por los aires la institucionalidad y la República. La Constitución ha instaurado instancias suficientes para someter a examen riguroso cualquier compromiso, nacional o internacional, que ponga en riesgo los legítimos intereses de la Nación.
Los tribunales de la república y las competencias de investigación del Congreso hubieran bastado para revisar el documento binacional y, tal como finalmente se hizo, volver las cosas a fojas cero y empezar de nuevo.
LOS ATAJOS DE SIEMPRE — Pero las ambiciones personales, los pases de factura política y la bulimia por el poder empujaron a los eternos oportunistas a intentar torpedear el orden institucional en su búsqueda de instalarse, por default, en cargos a los que no supieron llegar por la vía de las urnas, como debe ser.
Una feliz combinación de hechos impidió que recayéramos en nuestras inconsecuencias de siempre y la República restaurara su estabilidad.
SIGNOS PELIGROSOS – Ya sea por debilidad, oportunismo o simple incompetencia, el turno de políticos en el poder nos ha puesto de nuevo en un terreno muy inestable no sólo como sociedad política sino también como sistema económico estable y previsible.
Momentos como los que estamos viviendo –e insisto, lo peor todavía no ha pasado- provocan inquietud y desasosiego en quienes tienen sus raíces profundamente enterradas en esta tierra y que, a despecho de todos estos avatares, siguen trabajando, produciendo y desarrollando el país que han heredado o que han adoptado como patria.
Por otro lado, cualquier extranjero con intenciones de radicar capitales en el país -atraído por su estabilidad económica- se siente desorientado al palpar la debilidad de un andamiaje político que se pone a temblar con extrema facilidad ante dificultades que las sociedades maduras saben resolver sin dinamitar su vida institucional.
Seriedad, estabilidad y previsibilidad son valores que alguna vez debemos alcanzar si queremos pasar a la categoría de sociedad madura, país serio y República estable.