La caída del 23% tanto en valor como en volumen de la oleaginosa en la última temporada estremece distintos componentes de la actividad económica a un punto que debiera preocupar a la conducción tanto económica como política del país.
Tres indicadores ayudan a poner en claro el tema.
Por un lado, la ya reajustada estimación de crecimiento para 2019 tuvo otro recorte, cayendo del 3,8%, proyectado a principios de año, al 1,8%. El desinfle es severo y aunque el recorte pudiera moderarse algo, significa un ajuste brutal para una economía que venía mostrando signos de salud y estabilidad desde hace más de una década.
El segundo indicador es la recaudación del IVA, impactada por la caída del consumo. Aunque los precios se mantienen estables, el hecho revelador es que la gente compra menos. Expertos consultados atribuyen parte de esa retracción a la mala campaña de la soja.
Y finalmente, el sector bancario cerró un primer cuatrimestre con una sensible merma de los depósitos en moneda extranjera, generada principalmente por los problemas que enfrenta el agro, responsable de casi el 30 por ciento de las colocaciones producto de la actividad agroexportadora.
Son demasiadas malas noticias para un Gobierno que parece tener puesta la mirada en otro lado.
Gobernar no sólo es administrar con eficiencia y honestidad la cosa pública, un prerrequisito excluyente. Gobernar es, sobre todo, prever escenarios y actuar en consecuencia. MAB va a cumplir un año de gestión sin mostrar plan alguno en esa dirección.
El país necesita un estadista y todo lo que tenemos es apenas un gerente ocupado en minucias mientras la economía se le viene encima como un tren expreso.
Algo muy parecido a una tormenta perfecta.